Huerfanos de estado

27 de enero de 2006


No es extraño que un nacionalista sea excluyente. Puede que esté en su ADN, que es como explica Pasqual Maragall algunas de esas características identitarias.

Lo perverso o inmoral es que el Estado haya abandonado a su suerte a tres millones de sus ciudadanos castellano-parlantes en Cataluña. Lo ignominioso es que, reiteradamente, nos haya vendido a ese nacionalismo excluyente en componendas de Estado a cambio de algunos años de gobernabilidad confortable: primero fue el pacto de CiU y UCD; luego, el de CiU y PSOE; más tarde, el de CiU y PP; y ahora el del Tripartito y PSOE. Es decir: siempre y todos.

Los castellano-parlantes que vivimos en Cataluña desde los años setenta -o antes- hemos pasado de la dictadura del Nacional-Sindicalismo a la del Nacional-Catalanismo sin solución de continuidad. Somos los únicos españoles, junto con los vascos, sin derechos de ciudadanía completos. Ni siquiera hemos llegado a saber nunca lo que son o significan, ni cuánto contentan o enorgullecen a los que sí los tienen.

No podemos esperar de los nacionalistas nada más que discriminación y odio. Pero sí debemos esperar otra cosa del Estado Español, que no puede odiarnos ni debiera permitir que se nos discrimine, porque pagamos impuestos como el resto de los españoles y lo sostenemos con nuestro esfuerzo. Y porque si España no nos ampara, no lo hará nadie más.

¿Tendremos que -por seguir siendo españoles- acabar por irnos de Cataluña, tal como los "maulets" más exaltados nos instan a hacer?