El tripartit y la navaja española

31 de enero de 2006

Las alianzas entre partidos políticos, las que se conciertan para alcanzar el poder y compartirlo, tienen el inconveniente de que son como esas asociaciones de maleantes que se constituyen para atracar un banco o una joyería y que, una vez cometido el delito con éxito, se disuelven con mutuas traiciones con el mezquino objetivo de acaparar el botín, y acaban con delaciones a la policía y aun con muertos.

Algo así acaba de ocurrir con esas dos asociaciones de maleantes que han resultado ser el Tripartit del Govern Català, por un lado; y el acuerdo de legislatura PSOE-PSC-ERC-iU, por el otro. Estos fríos días de enero han abierto las navajas y se han acuchillado unos a otros hasta la extenuación. El espectáculo ha sido --aún lo es-- tremendo; y también patético, porque a la exhibición de la traición múltiple se le junta la de los miedos ostensibles a perder cargos de sillón y presupuesto de gastos, privilegios y prebendas. Y es un espectáculo triste y vergonzoso para aquellos ciudadanos que les hemos votado para otros cometidos y destinos.

A la hora del recuento de bajas, de lamerse las heridas, los más perjudicados han resultado los menos expertos en estas mañas: los iletrados provincianos de ERC. Es lógico. Y han vencido los profesionales de la felonía: PSOE y PSC –-victoria pírrica, sin embargo, porque han acabado heridos de muerte--, y CiU. Estos, los nacionalistas, sí que se han alzado con lo mejor del botín, porque han resultado los más listos (disculpa, Rubalcaba). Y eso que en el 'atraco' no se han jugado la vida, eran los chicos que esperaban en el exterior del banco, ni siquiera llevaban pistola.

Pero lo que ha hecho posible el éxito de CiU en esta refriega ha sido, como tantas otras veces, el singular carácter de sus bases y sus votantes. Y es que los electores de CiU son de una clase especial de seres humanos: pragmáticos, modernos nacionalistas (definitivamente excluyentes), y radicalmente posibilistas. Gentes a las que les parece muy bien votar a líderes como Pujol, buenos vendedores, capaces de endilgarte como si fueran nuevos unos calzoncillos llenos de zurrapas.

Pero bueno, ¿y el PP, qué ha hecho a todo esto? Pues el PP --merced al Pacto del Tinell-- ni estuvo, ni está, ni estará, más que de convidado de piedra en la reyerta; no ha recibido más que algún navajazo de soslayo, como ése que casi provoca la dimisión de Piqué. Y sus representados, diez millones de españoles irritados (no saben ya muy bien ni con quién, ni por qué), llevan ya dos años con la papeleta en la mano, listos para votar a un partido que tiene un pie en el muelle del constitucionalismo irreducible y el otro en la inestable chalupa del republicanismo federal. Diez millones de españoles que se han quedado mirando como pasmarotes la caja de cartón sobre la que Rubalcaba movía sus tres cáscaras de nuez ante sus socios de gobierno, y les preguntaba, sugestivamente: “Venga, señores, ¿dónde está la bolita?” Mientras con la sucia y larga uña del meñique, la ponía fuera del alcance de la vista de todos.



Si Juan Español se traslada a Cataluña.

30 de enero de 2006

El Estatut d'Autonomía de Catalunya de1979 atribuye a todos los censados en su territorio autonómico la condición de catalanes, y esa atribución no es inocente ni generosa. El nuevo Estatut de 2005 repite la imputación, de modo que cuando alguien -llamémosle Juan Español- se traslada desde cualquier punto de España a vivir a Cataluña, adquiere dinámicamente la categoría de catalán, y, según el mismo Estatut, eso le supone nuevos e inesperados deberes.

El primero de ellos es el de aprender la lengua catalana, que es a la sazón la llengua propia de Catalunya. De hecho, Juan Español estará fuera de la ley durante todo el proceso de aprendizaje, por lo que debe ser muy aplicado y muy rápido aprendiendo. El segundo deber es el de participar activamente en el proyecto común nacional que ha de llevar a Cataluña a sus más altas cotas de autogobierno, puede que a la categoría de Estat Confederat o incluso Estat Independent. En definitiva: el traslado de Juan Español a Cataluña puede acabar cambiándole la nacionalidad, lo que vulneraría la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU de 1948, que lo prohíbe taxativamente en su artículo 15.2. Una minucia.

Pero hay más problemas para Juan Español a causa de su quizá poco meditado traslado: si tiene hijos, habrá de escolarizarlos en catalán, no importa el perjuicio que ello pueda causarles; incluso aunque fueran sordomudos serían reeducados por los logopedas en catalán, sin afectar a esa decisión cuál sea la lengua materna de los niños o si acaban teniendo que hacerse entender mediante signos. Y en caso de exigir, al amparo de la nada constitucional Llei Lingüística de 1997, la educación en castellano de sus hijos menores de ocho años, será desatendido y habrá de acudir a los tribunales a reclamar su derecho.

Si resiste psicológica y económicamente el procedimiento al que lo empujarán, que habrá de llegar hasta el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya, se le dará finalmente la razón, aunque no se le restituirán sus derechos a pesar de que haya una sentencia firme. Lo único que conseguirá para sus hijos, al fin, es un “refuerzo” adicional de cuatro horas semanales en castellano, discriminatorio y vergonzante, que hará que sus hijos le imploren que desista del rescate de sus derechos. Así que lo recomendable para Juan Español es que se resigne a que sus hijos sean educados como a la Generalitat le venga en gana para convertirlos en catalanes de pro, al enseñarles sus muy singulares Historia, Filosofía o Ética.

Si Juan Español tiene la pretensión de trabajar en la Administración Pública, deberá antes superar un examen de catalán o esgrimir un documento acreditativo de haber superado el Nivell C ante la Junta Permanent de Català. Pero si lo que quiere es ocupar empleos en contacto con el público, es importante que cuide su acento, porque puede ser rechazado sin remedio si resulta demasiado castellanizado. Lo mejor, le dirán los entendidos lingüistas, es que abrace el catalán también en su vida privada y familiar, porque de ese modo irá desmemoriando la fonética castellana que tanto puede perjudicarle en su vida laboral.

Juan Español tampoco podrá votar -en cualquier tipo de elecciones políticas en Cataluña- más que a partidos catalanistas, nacionalistas o independentistas. Si, por ejemplo, quisiera votar al PSOE y preguntara en la sede central madrileña de Ferraz cómo hacerlo, allí le contestarían que no puede, porque es catalán. Y que debe votar al PSC -que es el partido federado del PSOE en Cataluña-, aunque éste resulte estatutariamente catalanista. Y por más que rebusque Juan, no hallará un partido en Cataluña que defienda sus derechos como español. Ni siquiera el PPC, que también es catalanista a su peculiar manera.

Juan Español acabará por comprender que no debe ser un sedicioso contumaz y por admitir como conclusión que él y toda su familia son ya catalanes, cualesquiera que sean las consecuencias de ello. Porque si no lo hace así, aunque su ideología real esté próxima al anarco-comunismo o socialismo libertario, será considerado un fascista españolista enemigo de Cataluña. Y eso no es nada bueno por estos lares, si se tiene que dar de comer a una familia todos los días.



Huerfanos de estado

27 de enero de 2006


No es extraño que un nacionalista sea excluyente. Puede que esté en su ADN, que es como explica Pasqual Maragall algunas de esas características identitarias.

Lo perverso o inmoral es que el Estado haya abandonado a su suerte a tres millones de sus ciudadanos castellano-parlantes en Cataluña. Lo ignominioso es que, reiteradamente, nos haya vendido a ese nacionalismo excluyente en componendas de Estado a cambio de algunos años de gobernabilidad confortable: primero fue el pacto de CiU y UCD; luego, el de CiU y PSOE; más tarde, el de CiU y PP; y ahora el del Tripartito y PSOE. Es decir: siempre y todos.

Los castellano-parlantes que vivimos en Cataluña desde los años setenta -o antes- hemos pasado de la dictadura del Nacional-Sindicalismo a la del Nacional-Catalanismo sin solución de continuidad. Somos los únicos españoles, junto con los vascos, sin derechos de ciudadanía completos. Ni siquiera hemos llegado a saber nunca lo que son o significan, ni cuánto contentan o enorgullecen a los que sí los tienen.

No podemos esperar de los nacionalistas nada más que discriminación y odio. Pero sí debemos esperar otra cosa del Estado Español, que no puede odiarnos ni debiera permitir que se nos discrimine, porque pagamos impuestos como el resto de los españoles y lo sostenemos con nuestro esfuerzo. Y porque si España no nos ampara, no lo hará nadie más.

¿Tendremos que -por seguir siendo españoles- acabar por irnos de Cataluña, tal como los "maulets" más exaltados nos instan a hacer?



Vocacion de oposicion

26 de enero de 2006


Querido PSC:Quizá tus votantes tengamos vocación de oposición. No lo sé, a lo mejor. Pero lo que no queremos, seguro, es cambiar libertades fundamentales por poder.

Decidieron tus dirigentes que, para alcanzar el Govern, había que fingir que el Socialismo en Cataluña era nacionalista, eso les pareció un precio razonable. Y decidieron traerse a Maragall de su exilio italiano para mejor aparentarlo, aún a riesgo de lo que en el PSC sabían todos: que era un nacionalista de verdad.

Y te llevaron luego al Govern con ellos, sometiéndote a esa insólita coalición con lo peor del nacionalismo excluyente y totalitario, ERC y los comunistas arborescentes. Esos mismos ejecutivos nos argumentaron que se trataba de una suerte de alianza contra el mal absoluto, o sea, el PP de Aznar.

Sí pero, ¿y cuando ganamos las Elecciones Generales? ¿Y cuando 191 españoles de nacimiento o en adopción llevaron al Socialismo al poder con su vida? Las bases sentimos entonces que el motivo para seguir oponiéndonos al Estado Español se evaporaba junto al humo de las explosiones. Cuestión de dignidad, PSC, míralo así. Y de patriotismo.

Y creemos que, desde ese mismo instante, debieron tus cabecillas dejarse de fingimientos filonacionalistas, y volver a la senda del Socialismo: exigiendo al Tripartit, por ejemplo, la redacción urgente de una Ley Electoral justa -lo que era y sigue siendo lo verdaderamente medular del programa- aunque ello implicara la vuelta a la oposición, a la testimonial pero férrea lucha contra el nacionalismo.

Pero como no hubo tal, ya no quedó más justificación para sus maniobras que el poder en sí mismo. Y en tus clases dirigentes afloró el nacionalismo: auténtico el de Maragall; adquirido con premura el de Montilla, el de Manuela, el de Iceta ... Y pasmados nos quedamos tus votantes una vez más; y decepcionados hasta las lágrimas; y ruborizados de vergüenza.

Así es que -querido PSC- a tu ejecutiva se le avecina otra lección de tus bases como la que recibieron cuando osaron apartar a nuestro electo Pepe Borrell de la candidatura a la presidencia del Gobierno. Díselo, tú que puedes; que lo sepan y no se llamen luego a engaño: los socialistas tenemos la convicción de que no todo vale en la galopada por conseguir y mantener el poder. De eso nada, ni hablar.

*(Un gobierno CiU-ERC-IC-V sí hubiera sido un redactor a la altura de ese infame proyecto de Estatuto de Estado Totalitario que habéis presentado en Madrid. ¡También en mi nombre!)



La defensa de la "Terra Catalana".

25 de enero de 2006

Interesante concepto ese de la defensa de la Terra Catalana. Y de sus supuestos derechos, tales como su 'lengua propia' o 'lengua telúrica', por tanto.

Y yo me pregunto en primer lugar: ¿De quién es la Terra Catalana? Pues, en general, no resulta ser especialmente de los que la defienden. Cada palmo cuadrado de esa Terra Catalana tiene un propietario, un dueño legítimo, que es el que la explota, o le edifica encima, o la valla, o la pone en venta cuando le viene en gana.

Y no siempre el propietario de la Terra Catalana es catalán. Yo, sin ir más lejos, poseo algunas parcelas aquí y allá. Porque, mal que les pese a los patriotas catalanes, las tierras que conforman Cataluña están vendidas hace tiempo al que le plugo pagarlas con su buen dinero.

Sin embargo, estos patriotas -guardas particulares de las fincas parecen- la defienden de los que la 'agreden', incluso aunque sean sus legítimos dueños. ¿Son guardas rurales conjurados contra el movimiento Okupa? No, no es eso. Su defensa de la Terra es de tipo figurado o utópico. La defienden en el sentido de que evitan que la pobre Terra tenga que oír otra lengua que no sea la suya 'propia', es decir la lengua apropiada.

¿Y cuál es la lengua propia de la Terra Catalana? Ellos dicen que es el catalán.

Ayer subí a Montserrat en el teleférico. Lo hice aposta para comprobarlo. Una vez allí arriba, pegué la oreja derecha, que es mi oído bueno, a una de sus famosas y venerabilísimas piedras con forma de ninot; y esperé durante un buen rato a que la Terra Catalana me hablase, a que me dijese algo: cualquier cosa, qué se yo. De esa guisa estuve hasta que se me heló la oreja.

He llegado a la certeza de que la Terra Catalana es muda. Puede, de hecho, que sea también sorda.

Por otro lado, y bien mirada, la Terra catalana se me parece mucho a mí a la tierra del resto de España. También se me parecen sus árboles y sus vacas, que mugen en el mismo idioma, creo; y cagan parecida mierda, enorme, verdosa y sana.

Entonces, cuando bajaba ya, algo decepcionado -excepto por haber visto otra vez a la Moreneta-, se me cruzaron cuatro hombres con barretina que venían hablando en catalán. Nos sonreímos y les dije: "Buenas tardes", y ellos me contestaron: "Ei, què tal". O sea, que ni se enfadaron ni nada de eso, a pesar de que la Terra Catalana bien pudiera estar oyendo en aquel preciso momento mi imperfecto castellano. Quizá -pensé- no eran ellos de esos guardas juramentados, defensores de la Terra.

Yo, visto lo visto, he decidido no vender de momento mis parcelas -algunas, de labor-, y seguir esperando hasta que sea la propia Terra la que me diga que me vaya de Cataluña. Juro que, en cuanto me lo pida, me largo; no sin antes vendérsela a algún catalán que la merezca.

Eso, si es que antes algún funcionario de la Generalitat, defensor de la Terra, no me ha incoado un expediente de expropiación forzosa por razones lingüísticas.



El guerracivilismo de la izquierda ¿ley de la memoria historica?

23 de enero de 2006


Los políticos se pasan el día desenterrando muertos de la Guerra Civil. Fomentan con ello el odio y no parece importales. Y adjudican responsabilidades a supuestos herederos de los crímenes, aunque su relación sea mínima o inventada, tampoco parece importales.

¿Qué es lo que les importa, entonces? ¿Para qué lo hacen? ¿Se trata de una cortina de humo, eso de la “memoria histórica” del PSOE? Sí, creo que sí. El humo que tapa la debilidad del Gobierno y su incompetencia. ¿Esperan con esa finta que sus contrincantes hagan lo mismo? Sí, supongo que sí. Que desentierren los muertos de ellos, y que discutamos todos mucho sobre nuestros abuelos y poco sobre nuestros hijos.

No digo yo que los crímenes de la Guerra Civil haya que olvidarlos, claro; porque nos arriesgamos -además de a ser unos hijos de mala madre- a ser víctimas de una nueva violencia semejante. No, no exagero, que nada es imposible; porque sucedió en Yugoslavia, en plena Europa no hace nada. Pero los crímenes de la Guerra Civil hay que tenerlos en cuenta en su contexto, que no es el actual. Las dictaduras genocidas de izquierdas o derechas del siglo XX no tienen cabida ya en la Europa democrática.

Lo que no debemos es dejarnos desorientar por el humo: ningún crimen cometido antes, durante o después de la Guerra Civil Española justificará nunca, por ejemplo, la pervivencia de los nacionalismos, que son el último monstruo totalitario, el único que se resiste a desaparecer; el último escollo a salvar, a fuerza de cordura.

Los nacionalismos luchan a la desesperada, saben que la Economía y la Historia ya los han condenado a la desaparición. El cuadro de su huida hacia adelante, a lomos del burro cojo que resulta ser el guerracivilismo de Zapatero, es un esperpento. Pero es que se trata de una oportunidad única, lo saben y van a aprovecharla. Quizá sea ésta la última ocasión para situarse con ventaja ante el futuro inexorable de liberalismo y globalización, de vacas flacas para las ensoñaciones patrióticas.